jueves, 2 de julio de 2009

Más paciencia que equipaje


Más que unas vacaciones, el viaje supuso una auténtica carrera de obstáculos.

/ ROMÁN RÍOS

Al final, pudieron disfrutar de los días de descanso./ ROMÁN RÍOS

El Grupo de Prensa del CRMF de San Fernando se va de vacaciones a
Ceuta. Pero lo que a priori debe resultar maravilloso, puede llegar a convertirse en toda una odisea en silla de ruedas





Hola. Tengo 25 años y voy en silla de ruedas. ¿Mi nombre? Puede ser Femi, Antonio, Nino, Miloud, Sole, José Luis, David, Rubén o Ángel, los hombres y mujeres que integran el Grupo de Prensa del Centro de Recuperación de Personas con Discapacidad Física y Sensorial CRMF-Imserso de San Fernando.
Y es que todos y cada uno de ellos están reflejados en esta historia, hilvanada con las agujas de experiencias vividas y sufridas. La crónica, que puede ser la de cualquier persona con movilidad reducida, habla de vacaciones y de cómo pueden llegar a convertirse en un decatlón que deja bastante poco tiempo, y muchas menos ganas, para el ocio, el descanso y el disfrute que son, en definitiva, los objetivos prioritarios y más comunes en los días de asueto.
Mis vacaciones ideales, como la mayoría, fueron planeadas con la mayor de mis ilusiones y de mis capacidades ahorrativas, poco desarrolladas por cierto, lo que atribuye un valor aun más alto a la amortización esperada, cuantificable desde mi punto de vista por los ratitos de felicidad que te ofrece un atardecer sobre el mar o las vistas de paisajes urbanos nuevos y asombrosos.
Y de ambas cosas, por ejemplo, quería disfrutar yo en Ceuta. Una ciudad estratégica en pleno desarrollo que me llevaría a otro continente y a otra cultura sin salir de España y a relativamente pocos kilómetros de San Fernando.
Elegí Ceuta descartando un viaje organizado por la Coordinadora Estatal de Minusválidos Físicos de España (Cocemfe), con la que me fui a Tenerife el año pasado. Y no me apetecía repetir por ciertos detalles relacionados con la organización del mismo, ya que me avisaron que salía nuestro avión de Madrid un día antes, estando yo en una punta de España y con mi silla de ruedas. Difícil para improvisar.
Tampoco me apetecía volver a un hotel que se suponía que debía estar totalmente adaptado, porque acuden numerosos grupos de personas con discapacidad física, pero que no tenía silla de baño ni camas altas en las habitaciones, así como carecía de grúa de piscina para poder meternos en el agua como cualquier turista.
Rumbo a Ceuta
Si algo positivo tengo que destacar de aquellas vacaciones fue el viaje en avión y el trato recibido en los aeropuertos de Madrid y de Tenerife. Me sentí como debiera sentirme siempre, una persona normal que viaja sin tener que estar salvando problemas constantemente. Lo único que mejoraría sería el trato que reciben nuestras sillas de ruedas en el traslado del equipaje. Además de ser imprescindibles, nos suponen un importante esfuerzo económico (cuestan unos 3.000 euros de media). Por lo que pediría más cariño en su transporte.
Al final, me sedujo más la idea de organizarme las vacaciones y me decidí por visitar Ceuta con la compañía de unos amigos de Salamanca, también con discapacidad física. Un plan perfecto. O eso creía yo. Porque organizar y hacer un viaje de vacaciones en silla de ruedas es toda una odisea. Aunque no pueda utilizar las piernas, yo diría que mis vacaciones se convirtieron en una auténtica carrera de obstáculos que ponía a prueba mi paciencia y mis ganas de viajar.
Empecé a organizar el viaje y la primera decepción llegó de donde menos me lo esperaba. Lo primero que hice fue buscar habitación para mis amigos de Salamanca, que tenían que pasar una noche en San Fernando antes de partir todos juntos con destino a Algeciras, donde cogeríamos el barco para cruzar el Estrecho. Y hablo de decepción porque quise reservar en el mayor hotel de San Fernando, ubicado en el principal complejo comercial de la Bahía, y me encontré de bruces con la realidad de la desigualdad: no dispone de habitaciones adaptadas. Primer chasco.
El segundo no tardó mucho en llegar y estaba relacionado con el desplazamiento a Ceuta. Me quise informar de los autobuses que nos podrían llevar hasta Algeciras y, después de cinco llamadas y dos correos electrónicos, recibí, por esta última vía, una respuesta nada alentadora. Que no podíamos ir en autobús. No estaban adaptados para personas en sillas de ruedas.
Del coche a la bodega
Esto iba a resultar más complicado de lo que esperaba. A pesar de que el desánimo empezaba a aparecer fantasmagóricamente, decidí buscar alternativas y no desesperar. Pensé en el tren. Y para qué. A las complicaciones propias de un viaje San Fernando-Algeciras (no hay tren que haga ese recorrido), se sumaban los múltiples inconvenientes de viajar en tren si vas en silla de ruedas: hay que avisar con 24 horas de antelación como mínimo, hay que comunicar el día de regreso, y si el viaje es de largo recorrido se complica la cosa con los pasillos estrechos, por donde no cabe una silla de ruedas estándar y, en muchas ocasiones, los trenes no cuentan con una silla especial para los pasillos.
Solución: nos fuimos en coche a Ceuta, esquivando así los problemas que nos suponía el transporte público. Pero pronto tendríamos que superar una nueva prueba de campeonato, llegar a Ceuta vía barco y cruzar el Estrecho. Y esto fue una odisea que no pude prever. Tocó pasar un mal ratito. La cubierta del barco estaba adaptada, pero la bodega no. Y nosotros íbamos en coche. ¡No pudimos salir del coche durante todo el trayecto! Los vehículos estaban estacionados en la bodega del barco, tan pegados unos a otros, que no pudimos bajar. Y no se lo recomiendo a nadie. Fue una pesadilla de calor, olor a gasoil, claustrofobia e indignación, que se sumaba a la mucha que ya tenía contenida. Menos mal que a Ceuta llegamos en unos 45 minutos.
Salir del infierno de la bodega del barco fue un alivio agradecido además por la visión de la ciudad. Ya estábamos en nuestro lugar de vacaciones. Una ciudad cada vez es más accesible, aunque aún le quede mucho por adaptar, como la mayoría de las localidades españolas, donde ir de turismo en silla de ruedas no es nada fácil. Me contaba una amiga de Alcuéscar que el centro de recuperación en el que vive organizó una excursión al Monasterio de Guadalupe.
El grupo estaba formando por unas cien personas, de las que aproximadamente sesenta iban en silla de ruedas. Para llegar al Monasterio hicieron una travesía en plan senderismo de cinco kilómetros. Tras el esfuerzo, un jarro de agua fría metafórico. El Monasterio estaba rodeado de escalones por todos lados. No era accesible, a pesar de que se trata de un lugar al que acuden, especialmente, personas mayores con movilidad reducida. Pero no hay que irse tan lejos para encontrarse con iglesias que no tienen acceso para personas con discapacidad física. En Cádiz, por ejemplo, no podemos entrar en la Catedral.
Por suerte, pudimos disfrutar de Ceuta, ciudad abierta al mundo en la que se mezclan las culturas e idiosincrasia de cristianos, musulmanes, hindúes y judíos como principales comunidades de esta población cosmopolita. Nos alojamos en un hotel adaptado y realizamos estupendas visitas culturales. Nos divertimos, descansamos y disfrutamos. Había merecido la pena a pesar de todo.

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